Reflexiones para tí.

Balac

Y cuando Balac, hijo de Zipor y rey de Moab, se dispuso a presentarles combate, él envió al profeta Balán hijo de Beor para que los maldijera. Josué 24:9.

Creo que Balac sacó las cuentas correctas. Israel no era el pueblo más numeroso de la región. No era el que tenía el ejército más fuerte. No era el más organizado. En fin, humanamente hablando, era un montón de tribus que andaban vagando por el desierto, viviendo en tiendas y (¡vaya problema!) derrotando a todo y a todos los que lo enfrentaban. Por tanto, alguna cosa más allá de lo humano tenía que existir.

Si la fuerza del pueblo estaba en algún elemento sobrenatural, no era una guerra con lanzas y espadas lo que había que pelear. La batalla se tenía que plantear en el ámbito de los dioses; en un campo de batalla espiritual menos sangriento, pero tan efectivo como el tradicional.

No era un problema de fe, sino de lógica. Si ningún dios hasta ahora había podido vencer a Israel, ¿qué motivo tenía Balac para creer que sus dioses lo podrían hacer? Además, los suyos eran muy similares a los de los vecinos.

Ante situaciones desesperadas, soluciones desesperadas. Había que buscar a alguien que tuviera contacto con el Dios de Israel, pero que estuviera dispuesto a trabajar contra Israel. El razonamiento es extraño, pero hoy en día creo que Balac podría encontrar a varios interesados en el puesto ofrecido.

Así llega a Balaam; un profeta de Dios dispuesto a venderse al mejor postor. ¡Cuántos hijos de Dios del siglo XXI se hermanan con Balaam! ¡Peor! Se venden por precios irrisorios… una cerveza, un cigarrillo, una dosis de alguna droga, unos minutos de placer en el momento errado o con la persona equivocada.

Balac sabía que Balaam debía tener su precio. Si el primer intento no fue suficiente, había que subir la oferta. La subió. Gente más importante y más interesante que lo tentó. Más dinero y más poder.

¿Cuál es tu precio? ¿Con cuánto el enemigo de Dios te puede comprar? ¿A quién te tiene que enviar para hacerte “cambiar de opinión”? ¿Delante de quién tus principios se caen al piso? ¿Frente a qué situación tus creencias pasan a segundo plano?

El enemigo de Dios sabe que tú tienes un precio (por eso te tienta), pero él también sabe que el plan de Dios es salvarte. Quien decide, eres tú.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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