Reflexiones para tí.

La mujer samaritana

“Ya no creemos solo por lo que tú dijiste –le decían a la mujer–; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo”. Juan 4:42.

Cinco hombres vivieron con ella, y con el que ahora convivía no era su marido. Cuando comenzaba una relación con un hombre, comenzaban los problemas: las esposas, madres y hermanas mayores dicen a la “próxima víctima” que observara la historia de esa mujer. Los amigos, vecinos, el jefe de trabajo y el dirigente religioso se acercaban, para advertirle al “pobre individuo” del error que iba a cometer. Ella hizo todo lo posible para que las mujeres la odien y los hombres se cuiden hasta de saludarla.

Como todos los días, salió a buscar agua, con la esperanza de llegar sola hasta el pozo, sacar agua sola, volver sola a casa. Prefería la soledad del sol del mediodía, antes de que las miradas y los comentarios despectivos de cualquiera que se cruzara con ella.

En un pequeño pueblo como Sicar, las probabilidades de que ella tuviera que pasar por la puerta de la casa de una señora que había sido abandonada por su marido para estar con ella, eran muy altas. El horario del almuerzo era una buena posibilidad para no tener que enfrentarse con su historia, con su estigma, con su imagen destruida.

Para su sorpresa, había alguien en el pozo. Para su preocupación, era un hombre. Para su extrañeza, la miraba de una manera como ningún hombre la había mirado. Ella entendió que no lo podría conquistar, como hacía habitualmente. Sus armas de seducción, tantas veces usadas, no tenían fuerza ni poder frente a aquel sereno, puro y honesto judío.

Sabes la conversación. Conoces el pedido y la oferta de Jesús. ¿Recuerdas el resultado? La mujer, mal vista y peor querida por la gente del pueblo, se transforma en una misionera. Llama a sus vecinos con una frase que invitaba al chisme (“Me dijo todo lo que he hecho”); pero a ella, en ese momento, ya no le importaba. Había encontrado al Mesías: tenía que contárselo a todos, incluso a aquella mujer traicionada que vivía cerca de su casa.

La Biblia no dice nada, pero me es fácil imaginar los pedidos de perdón sincero y genuino de aquella mujer samaritana.

Encontrarte con Cristo siempre te transforma.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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